Quizás el gesto más común cuando entramos en una catedral es mirar hacia arriba. Contemplar sus arcos y sus altas columnas, y los frescos y decoraciones que lucen en sus altos techos o el retablo del altar nos hacen sentirnos “pequeñitos” en medio de la grandiosidad del templo. Pero esta vez decidimos pasear por sus tejados y terrazas y sus pasadizos superiores, y tener así una vista única y diferente.






